TODOS ASPIRAMOS A CYRANO


El teatro posee muchos personajes que me gustaría ser: Hamlet, Shylock, Don Juan, Segismundo, el jurado nº11 de Reginal Rose, calígula, Julieta, Nora helmer, Julia de Streimberg, Ofelia, Algernon de wilde... Muchos y muchas buenas, pero dos personajes en especial, a saber: El fantasma de la ópera y Cyrano de Bergerac son los dos personjes que siempre me han gustado y que he querido interpretar.
Son personjes atormentados, que se mueven por una única obsesión, el amor. A pesar de poder ser vistos con malos ojos, creo que se expresan desde el corazñon  y la sinceridad. En Cyrano encuentro un carácter que enamora. Los ideales de fondo del personaje son dignos de vivenciar. Si tenéis la oportunidad de ver la obra o leerla, pienso que vosotros y vosotras también os enamoraréis. Por todo esto os acerco un extracto de la obra de Edmond Rostand, perteneciente a la escena VII del acto II, espero que la disfrutéis.


ESCENA VIII
CYRANO, LE BRET,
y los cadetes, sentados alrededor de la mesa; se les sirve comida y bebida. 

CYRANO.
(Saludando con aire burlón a los que se marchan sin atreverse a saludarle.)
¡Caballeros!... ¡Caballeros!... ¡Caballeros!...
LE BRET.
(Desolado, con los brazos al aire.)
¡En qué jaleo te has metido!
CYRANO.
¿Ya empiezas a gruñirme?
LE BRET.
Por lo menos estarás de acuerdo conmigo en que es demasiado desperdiciar constantemente la suerte que viene a tus manos.
CYRANO.
¡Demasiado!... Tienes razón: ¡es demasiado!
LE BRET.
¡Entonces...!
CYRANO.
Pero me parece que al principio, y también como ejemplo, es bueno exagerar un poco.
LE BRET.
Si olvidases tu alma mosquetera, podrías conseguir gloria y fortuna...
CYRANO.
¿Y qué tendría que hacer? Buscar un protector, tomar un amo, y como una hiedra oscura que rodea un tronco lamiéndole la corteza, subir con astucia en vez de elevarme por la fuerza. ¡No, gracias!
¿Dedicar, como todos hacen, versos a los financieros? ¿Convertirme en bufón con la vil esperanza de ver nacer una sonrisa amable en los labios de un ministro? ¡No gracias!
¿Desayunar todos los días con un sapo? ¿Tener el vientre desgastado de arrastrarme y la piel de las rodillas sucias de tanto arrodillarme? ¿Hacer genuflexiones de agilidad dorsal? ¡No, gracias!
¿Tirar piedras con una mano y adular con la otra? ¿Procurarme ganancias a cambio de tener siempre preparado el incensario? ¡No, gracias!
¿Subir de amo en amo, convertirme en un hombrecillo y navegar por la vida con madrigales por remos y por velas, suspiros de amores viejos? ¡No, gracias!
¿Conseguir que Servy edite mis versos, pagando? ¡No, gracias!
¿Trabajar por hacerme un nombre con un soneto, y no hacer otros? ¡No, gracias!
¿Hacerme nombrar papa por los cónclaves de imbéciles de los mesones? ¡No, gracias!
¿No descubrir el talento más que a los torpes, ser vapuleado por las gacetas y repetir sin cesar: « ¡Oh!, ¡a mí, a mí, que he sido elogiado por el Mercurio de Francia!»? ¡No, gracias!
¿Calcular, tener miedo, estar pálido,
preferir hacer una visita antes que un poema, releer memoriales, hacerse presentar? ¡No, gracias! ¡No, gracias! ¡No, gracias!
Cantar, soñar, reír, caminar, estar solo, ser libre, saber que mis ojos ven bien, que mi voz vibra, ponerme al revés el sombrero cuando me plazca, batirme por sí o por un no, hacer versos... trabajar sin inquietarme la fortuna o la gloria, pensar en un viaje a la Luna, no escribir nunca nada que no nazca de mí mismo y contentarme, modestamente, con lo que salga; decirme: «Amigo mío, conténtate con flores, con frutos, o incluso con hojas, si en tu propio jardín las siembras y las recoges.» Y si, por casualidad llegara al triunfo, no verme obligado a devolver nada al César; guardar el mérito para mí mismo, y desdeñar la parásita hiedra... O incluso, siendo encina o tilo, subir, subir... subir siempre solo, ¡aunque no alcance mucha altura!
LE BRET.
¡Completamente solo, de acuerdo; pero no contra todos! ¡Tienes la espantosa manía de sembrar enemigos por todas partes!
CYRANO.
He adquirido esa costumbre a fuerza de verte hacer amigos y reír con ellos en todas partes. Sabes de sobra que por detrás te insultan. Al pasar, casi nadie te saluda, y yo me digo con alegría: ¡un enemigo más!
LE BRET.
¡Que aberración!
CYRANO.
Sí, pero es mi vicio: desagradar me agrada. Me gusta que me odien. Amigo mío, ¡si supieras lo bien que se camina bajo la mirada de unos ojos excitados que intentan fulminarte! ¡Y cómo me divierten las manchas que sobre mi capa dejan la hiel de los envidiosos y la baba de los cobardes! La dulce amistad de tus amigos se parece a esos cuellos calados y flotantes de Italia, con los que el cuello se afemina y debilita; eso sí, son cómodos, aunque roban la expresión altiva, porque al no tener la frente ni sostén ni estorbo, la cabeza se cae en todos los sentidos.
Para mí, en cambio, el odio es cada día como un cuello rizado que me obliga con su almidón a levantar la cabeza. Un enemigo más es un nuevo pliegue que me añade una molestia, pero también un rayo de luz, porque, según el refrán español, el odio es un dogal, y también una aureola.
LE BRET.
(Tras un silencio, cogiéndole por el brazo. Di a todo el mundo, y en voz alta, tu orgullo y tu amargura, pero a mí no me engañes. ¡Confiésame en secreto que ella no te ama! 


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